Nota de la autora: ¡Sorpresa! No te esperabas recibir este correo hoy, ¿verdad? En lo que de momento es la semana negra del safismo en las series diarias, llega El Tintero de Safo para poner un poco de luz a tus días con una adaptación contemporánea y algo corporativa —a la par que ñoña— del amor de Mafin. Aquí tienes la primera parte del Fanfic que nadie ha pedido, pero al que no nos hemos podido resistir. ¡Espero que lo disfrutes!
Marta está absorta revisando una presentación cuando su móvil le roba la atención. Una melodía predeterminada que siempre ha odiado, pero que nunca se acuerda de cambiar, rompe el silencio de la oficina vacía, mientras en la pantalla del dispositivo se lee "Mamá".
- Hola, mamá, ¿dime? - Saluda, después de haber activado el altavoz, mientras sigue examinando las diapositivas en el ordenador.
- Hija, ¿qué tal? ¿Cómo estás?
- Bien, bien... oye, ¿te importa si te llamo más tarde? Que estoy acabando una cosa en el trabajo, - le responde con lentitud mientras corrige una falta de ortografía. ¿Cómo pretendemos dar una imagen de profesionalidad, si escribimos sin acentos? Se hace una nota mental para llamarle la atención a Petra mañana. Ha repetido mil veces que todo el contenido debe pasarse por un corrector antes de ser dado por bueno.
- ¿A estas horas aún estás trabajando? Deberías estar en casa, descansando, o en el gimnasio, o con amigas... - Marta suelta un resoplido y su madre se da por aludida, cortando la perorata. - Bueno, el caso es que te llamo por un tema de la oficina, pero no te preocupes, tu cargante madre será breve.
Marta pone los ojos en blanco; quiere mucho a su madre, pero no puede soportar ni sus regañinas, ni que se haga la mártir. Hoy parece que le toca la lotería por partida doble.
- El caso, - sigue su progenitora, - es que tienes que hacerme un favor, - la repentina sirena de una ambulancia hace que Marta se pierda un fragmento de la conversación, pero su madre prosigue, inmutable frente al estruendo de la calle por donde pasea. - Su hija se ha quedado sin trabajo. Se ve que han cerrado la empresa donde trabajaba como administrativa, y ahora no la quieren en ningún lado por no tener una carrera, ¿tú te crees? Como es la gente... Total, que yo le he dicho que tú estabas buscando asistente personal. Ya te digo yo que es una muchacha muy lista, y que no te va a defraudar. Tienes que darle una oportunidad.
- Espera, espera, espera, - Marta deja a un lado la pantalla, y se concentra en la conversación, que ha logrado captar su interés - ¿quieres que enchufe a alguien en la empresa? ¡Eso no lo hemos hecho nunca! Papá estará totalmente en contra.
- Tu padre me da la razón, hija. No se trata de colocar a alguien inútil que no dará un palo al agua; se trata de ayudar a una persona que conocemos a acceder a un trabajo que, sin duda, va a saber hacer bien. ¡Es por una buena causa!
De nuevo Marta suelta un suspiro mientras se pinza el puente de la nariz con los dedos índice y pulgar.
- Pero que yo no necesito asistente personal. Me llevo la agenda sola, me programo las reuniones y los viajes, y me valgo por mí misma.
- Y así vas, hija, ¡que no tienes tiempo para nada! Tu padre y yo a penas te vemos el pelo últimamente. ¡Taxi! - durante unos segundos, Marta escucha como su madre le indica una dirección al taxista, y luego vuelve a la conversación como si nada. - Venga, míralo por el lado bueno, así no tendrás que dedicar tanto tiempo a tareas administrativas, y no terminarás tan tarde. ¿Quién sabe? Quizás te dé tiempo a conocer gente, tener citas...
- Bueno, - la interrumpe Marta para evitar el rumbo que está tomando la conversación, - lo máximo que te puedo prometer es una entrevista; nada más. Si recursos humanos considera que la chica es apta, y ella acepta las condiciones, que serán las mismas que para cualquier otra persona en esa posición, le daré una oportunidad, - concede después de pensarlo durante unos instantes, - pero no voy a estar aguantando a nadie que no sea perfectamente competente, ya os aviso.
- Claro, hija, ¡si es lo único que te pedimos! Ya verás, seguro que sale bien, no tengo ninguna duda, - ahora que ya ha conseguido su objetivo, parece que su madre tiene prisa por colgar, no sea que Marta cambie de opinión. - Entonces le digo que se pase mañana para la entrevista, ¿de acuerdo?
- Sí, sí. Mañana está bien; aviso a recursos humanos, - Marta está a punto de despedirse y volver a su presentación, cuando cae en la cuenta de que aún le falta un pequeño detalle. - Por cierto, ¿quién has dicho que era?
- Ay, Marta, es que no atiendes cuando te hablo. Ya sabes, la hija de Isidoro. Aunque es algunos años menor que tú, jugabais juntas muy a menudo, - su madre se pierde en el recuerdo durante unos instantes, - es imposible que no te acuerdes de Fina.
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- Disculpe... ¿Se puede?
Marta sale de su abstracción para encontrarse con una joven y atractiva mujer morena observándola desde el umbral de la puerta de su despacho.
- Eh... hola, buenos días, sí, sí, adelante, - responde mientras se levanta para saludar a la recién llegada.
Alarga su mano y, a pesar del gesto de confusión que le parece intuir en su interlocutora, esta le corresponde con un apretón suave y firme a la vez. Los pensamientos en su mente se solapan, mientras intenta disimular la sorpresa. ¿Tengo una reunión, y se me ha olvidado? ¿Conozco a esta mujer? No puede ser, me acordaría de ella, sin duda.
- Siento importunarla a estas horas. No quería que se me hiciese tarde, y al final he acabado llegando demasiado pronto, por lo visto, - su interlocutora sonríe con algo de timidez.
Marta echa una ojeada al reloj que cuelga de su pared, y que le indica que son las nueve menos cuarto. Le gusta llegar pronto a la oficina, como mínimo una hora antes de que empiece a trabajar el resto del equipo, sobre las nueve. Así tiene algo de tiempo para poder avanzar sin que nadie la moleste. Pero no suele programar reuniones con clientes tan temprano y, en su agenda, a la que echa una ojeada disimulada, no aparece nada que no tuviese en mente.
- Disculpe, siéntese, por favor, - le señala a la invitada una de las dos sillas que hay frente a su escritorio, y ella rodea la mesa para tomar posesión de la suya propia. - No me he presentado. Soy Marta de la Reina, directora de la agencia. Me va a tener que perdonar, pero no me anoté correctamente nuestra reunión, y ahora no tengo los detalles, señora... - deja la frase a medias, esperando que la mujer morena que la mira perpleja se presente.
- Fina, soy Fina Valero, - le contesta ella, frunciendo el ceño con un gesto de preocupación, - su madre me dijo que podía venir hoy para una entrevista de trabajo, ¿no le comentó nada? - Se lleva a la frente la misma mano que unos segundos antes estrechaba la de Marta, - vaya, qué bochorno. Lo siento mucho, doña Marta, pensé que ya lo habían hablado y yo...
- ¿Fina? - Marta ha tardado en reaccionar, pero por fin corta a la muchacha, antes de dejarla caer en su propia espiral de lamentaciones. - ¿La hija de Isidoro? - Una sonrisa acude a sus labios mientras visualiza en el rostro de la joven la cara de aquella niña con la que había jugado tantas horas en casa de sus padres. - Sí, sí, no te preocupes, mi madre me habló de ti, - ve como la preocupación desaparece del rostro de la chica, - es solo que... bueno, no sé, supongo que esperaba encontrarme con una cría, una adolescente, casi, ¡y mírate! - Durante un par de segundos, Marta no puede hacer más que admirar la mujer en la que se ha convertido aquella compañera de juegos infantiles. Percibe el rubor que se ha formado en las mejillas de Fina, y se da cuenta de que quizás ha sido un poco demasiado expresiva. Frena antes de soltar alguna frase vergonzosa e inadecuada para ambas, del estilo "estás hecha toda una mujer".
- Buenos días, Marta, - exclama decidida una mujer que entra por la puerta con el ordenador bajo el brazo, y que se queda parada en el umbral al ver que su jefa está acompañada. - Uy, disculpa, no sabía que tenías visita, vuelvo en otro momento.
- No, no, Raquel, precisamente quería hablar contigo, - Marta le indica que tome asiento al lado de la otra chica, - esta es Fina Valero, y ha venido a hacer una entrevista para el puesto de mi asistente personal.
- De acuerdo, - contesta Raquel afirmando con la cabeza, sin dejar entrever que es la primera noticia que tiene de la existencia de tal posición.
- Ella es Raquel, directora de recursos humanos, y una de las trabajadoras que lleva más tiempo en la agencia. - A pesar de que Marta no suele mezclar lo personal con lo profesional, Raquel es la única persona que trabaja en la empresa que, además de ser su empleada, es también su amiga, - Fina, ¿te importa esperar un segundo fuera? Quiero comentarle una cosa a Raquel, y enseguida la acompañas a su despacho para la entrevista.
- Claro, doña Marta, faltaría más, - la muchacha se levanta de un brinco y abandona el despacho, cerrando la puerta tras de sí.
- Perdona, no he tenido tiempo de avisarte, - le dice Marta, llevándose dos dedos de cada mano a las sienes, y cerrando los ojos durante unos instantes, - su padre es un amigo de la familia. Ya le dije a mi madre que no enchufaríamos a nadie, pero si crees que puede encajar, nos la quedamos. Creo que mi madre dijo algo de que no había ido a la universidad... no seas demasiado dura con ella. - Se echa hacia atrás hasta apoyar la espalda en el respaldo de su silla ergonómica, - pensándolo bien, no me irá mal alguien que me ayude con la agenda, - sonríe levemente recordando la confusión provocada por la aparición sorpresa de Fina. - Ofrécele lo que sea que le toque por convenio, más un diez por ciento, y vemos qué tal va la cosa.
- Sí, sí, no te preocupes. Todo controlado. La reunión de las nueve la posponemos hasta después de la entrevista, ¿no? - dice su amiga, mientras se levanta, a lo que Marta asiente, volviendo a concentrarse en su pantalla. - Por cierto... - añade Raquel, cuando ya está a punto de abrir la puerta para salir, - ¿doña Marta? - suelta una risita.
- Lo sé, lo sé, - Marta se cubre el rostro con ambas manos con vergüenza, un sentimiento que no está acostumbrada a experimentar, como mínimo en el entorno laboral. - Su padre es el chófer de los míos, y siempre les ha llamado así. Supongo que Fina lo ha aprendido de él. Quería corregirla, pero he pensado que es mejor guardar la distancia, como mínimo al principio.
- Como usted crea oportuno, - Raquel le responde, y añade un amago de reverencia.
- Venga, anda, vete a entrevistar a Fina y déjame trabajar.
En cuanto Raquel ha cerrado la puerta de su despacho, Marta se encuentra con una sonrisa tonta en los labios.
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Fina acepta la oferta sin pestañear. El sueldo es mucho mejor del que tenía en su puesto de trabajo anterior, donde solo estaba asegurada seis horas y nunca trabajaba menos de ocho. Si tenía suerte, a final de mes la encargada le daba una propina que debería corresponder a las horas extras aunque, por norma general, le llegaba justo para pagarse la gasolina de la moto, y gracias.
El horario está claro: de nueve a cinco y media, con quince minutos para desayunar y media hora para comer. Si entra antes, sale antes, y si se toma más tiempo para comer, tiene que recuperarlo por la tarde. Los viernes hacen jornada intensiva, y en verano también.
- Disculpa, ¿has dicho que en julio y agosto acabamos a las tres? - le ha preguntado a la encargada de recursos humanos, - ¿pero es porque tenemos que trabajar el sábado, o algo?
La tal Raquel ha soltado una risita comprensiva, y le ha aclarado que no, que en la agencia De la Reina se valora mucho el talento interno, y que buscan ofrecer las mejores condiciones posibles a sus empleados, para mantenerles motivados. Entre ellas, horario intensivo en verano, seguro médico y la membresía a un gimnasio que no queda lejos de la oficina. Fina no daba crédito.
Ha salido de la entrevista pensando que debería haber algún error, y le habían ofrecido las condiciones de otra persona. Pero ya ha firmado el contrato. Empieza el lunes y, si por ella fuera, habría querido empezar mañana mismo. Al final, piensa, será verdad lo que decía papá, de que no hay mal que por bien no venga. Sonríe mientras abre el baúl de su vieja Vespa roja, y se pone el casco. Además, trabajar con doña Marta... nunca había siquiera llegado a imaginar esa posibilidad. Siempre la había admirado, desde pequeña. Tan elegante, tan inteligente, tan independiente y empoderada. Quería ser como ella. Circula con la moto por el Paseo de la Castellana, donde está situada la oficina, en dirección al piso que tiene alquilado con su amiga Carmen en Carabanchel. Aunque, si se es completamente sincera, con el tiempo se había dado cuenta de que había algo que iba más allá de la admiración. Desde que había entendido y aceptado que le gustan las mujeres, se había descubierto pensando en doña Marta de una forma algo distinta. Una sonrisa se adueña de su rostro al recordar cómo hoy la ha confundido con una clienta. Aunque ahora esto debe cambiar. Doña Marta es su jefa y, de hecho, una jefa que impone bastante respeto y algo de temor, a decir verdad. ¡Qué contento estará su padre! No puede esperar a llegar a casa para llamarle y contarle las buenas noticias.
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A las nueve menos cinco minutos está entrando en el elegante edificio donde se ubican las oficinas de la agencia de publicidad De la Reina, su nueva empresa. Hoy está nerviosa, pero no tanto como el día que vino por la entrevista; le temblaban las piernas y apenas se fijó en lo que la rodeaba. Pocas veces ha estado en edificios tan lujosos como este, con un portero que le abre la puerta con un gesto de amabilidad y unos ascensores más propios de un hotel que de un bloque de oficinas.
La agencia está en el séptimo y último piso, y ocupa toda la planta. Eso se lo cuenta Raquel, que la está esperando para darle la bienvenida y hacerle un tour por el despacho. Por lo general, se compone de una gran zona abierta donde trabajan unas treinta personas, de las cuales a esta hora solo ha llegado aproximadamente la mitad. Luego están los despachos, le comenta la directora de recursos humanos; el de Marta ya lo conoces, pero también tienen despacho sus dos hermanos: Jesús, que es jefe de ventas, y Andrés, encargado de sistemas - sea lo que sea eso, piensa Fina -. También hay una gran terraza con impresionantes vistas a la ciudad, donde la gente puede salir a desayunar y a comer, al aire libre en los meses más calurosos, y cubierta con un moderno sistema de puertas de cristal en invierno.
Después de la visita, Raquel le entrega un ordenador portátil y un móvil. Ningún documento de trabajo debe estar en un dispositivo que no sea de la empresa. Repasa con ella otras normas, como la obligatoriedad de anotar cada semana su horario y hacérsela llegar a recursos humanos.
- Te soy sincera, como nunca antes ha habido alguien ocupando tu posición, no tenemos a nadie que pueda guiarte en tus funciones estos primeros días, - le dice la directora de recursos humanos, - pero verás que tenemos un equipo estupendo, y estoy segura de que a cualquiera que le pidas ayuda, te la dará encantados. Mira, de hecho, por allí viene Petra, - Raquel señala a una mujer rubia de pelo ondulado que entra con paso decidido a la oficina, - ella es una de las consultoras que más tiempo lleva en la empresa, así que cualquier duda que tengas, puedes preguntárselo. ¡Petra! - se dirigen hacia la mujer, que ha soltado el bolso en una de las sillas del espacio de trabajo común, y se dispone a sacar su ordenador, - ella es Fina, la nueva asistente personal de Marta; empieza hoy, espero que la ayudes con todo lo que puedas.
- Claro que sí, Raquel, - Petra le dedica una sonrisa a la directora del equipo, pero no dirige su mirada hacia Fina en ningún momento, - haré todo lo que esté en mis manos. - Saca el portátil de su bolso, y se sienta en su silla.
Raquel mira el reloj.
- Bueno, yo tengo que dejarte, Fina, tengo una call en cinco minutos. Cuando enciendas el ordenador encontrarás un documento con una presentación de la agencia, y otra información de interés, como las instrucciones básicas de la intranet, cómo almacenamos los archivos, y demás. Puedes mirártela con calma, que tiene unas cincuenta páginas. Nos vemos a las once, tenemos reunión de seguimiento, y ¡así te presentamos al resto del equipo!
Antes de desaparecer, Raquel le indica a Fina que puede sentarse donde quiera, aquí nadie tiene un sitio fijo, cada uno se sienta donde le apetece al llegar, y así los distintos equipos también se relacionan más entre ellos. Como aún no conoce a nadie, Fina decide sentarse al lado de Petra.
- No, aquí no, - le dice la mujer, cuando ve que Fina se dispone a tomar posesión de la silla anexa a la suya, - aquí va Borja, siempre se sienta conmigo, - le devuelve una media sonrisa que Fina enseguida etiqueta como falsa.
- Ah, como Raquel ha dicho que...
- Da igual lo que Raquel haya dicho, yo te digo que aquí se sienta Borja.
Es el primer día, Fina, se dice mientras inhala profundamente por la nariz, como hace con Carmen cuando meditan en casa con algún vídeo de YouTube. Paciencia.
- Hola, siéntate aquí, si quieres, - oye una voz simpática emerger de detrás de una pantalla, un par de filas más adelante, - soy Claudia. - Tras la voz, aparece una muchacha con una sonrisa en la mirada, y el pelo negro recogido en una pulcra y elegante cola. Mucho mejor, piensa Fina, mientras se aleja de Petra.
- Gracias, - le susurra a Claudia, al sentarse a su lado.
- No hay de qué, - murmura su compañera, - luego hablamos, - y le hace una señal con los dedos, indicando que este no es el mejor sitio para confidencias.
Sin más incidentes, Fina hace lo que le ha recomendado la responsable de recursos humanos, y se pone a estudiar cada detalle de la presentación de la empresa, anotándose en una libreta lo que considera importante. Sobre las diez, la puerta del despacho de Marta, que queda a la derecha de donde se sienta ella, se abre, y la jefa sale apresurada de su oficina, sin siquiera fijarse en ninguna de las personas que están trabajando para ella. Su paso por el espacio abierto ha dejado tras de sí un silencio tangible. Pocos minutos después, la líder de la empresa vuelve a entrar caminando a una velocidad de marcha nórdica, en dirección a su despacho, de nuevo concentrada en sus pensamientos. Pero por un momento su mirada se pierde entre el mar de ordenadores, y sus ojos se encuentran con los de Fina quien, sin esperar que Marta la descubriese, la estaba observando con atención. Fina aparta la mirada tan rápido como puede, y finge estar concentrada en su ordenador, pero Marta se detiene en seco, a unos pocos metros de ella, como si hubiese olvidado por completo lo que requería tanto apremio.
- Ah, Fina. Estás aquí, claro, hoy es... tu primer día... - dice, como si acabase de salir de un trance, - deberíamos sentarnos, para ver cómo nos organizamos. Sí. - Se mira el reloj de pulsera, de alguna marca cara, - bueno, ahora a las once tenemos reunión de equipo. ¿Vienes a la una a mi despacho?
Fina asiente, sin atinar a contestar. Di algo, di que sí. Pero antes de que encuentre las palabras, Marta vuelve a entrar en su oficina y cierra la puerta tras de sí. El despacho donde se encerrarán juntas en un par de horas.
- ¿Vamos a por un café antes de empezar la reunión? - Claudia la saca de sus cavilaciones.
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Un par de horas más tarde, Fina tiene la cabeza como un bombo. Ha asistido a la reunión de equipo, donde Raquel la ha presentado como la nueva personal assistant de Marta. Con lo fácil que era decir secretaria, y ahora tengo que aprender a pronunciar mi cargo en inglés. Ha conocido a prácticamente todos los empleados, y sabe que será incapaz de recordar más de un par de nombres.
A partir de la una menos cuarto, no puede quitarle la vista al reloj que tiene en la esquina inferior derecha del ordenador, mientras repasa las notas que ha tomado de la reunión. No quiere que se le haga tarde, pero tampoco quiere interrumpir a doña Marta antes de tiempo. Es incapaz de concentrarse en nada, y opta por fingirlo mientras espera que pasen los segundos. A la una menos dos minutos se levanta, coge el portátil bajo el brazo, y le susurra un "hasta ahora" acompañado de una sonrisa a Claudia.
Con suavidad, llama a la puerta de roble de la jefa. Le parece curioso que, a pesar de que se intente disimular con cuadros abstractos y muebles minimalistas, la oficina aún tenga un aire ochentero poco propio de la modernidad que se respira en el ambiente. Por lo que le ha contado Claudia mientras se tomaban el café por la mañana, hace años que doña Marta quiere hacer una reforma, pero su padre, el fundador de la empresa, no lo ve con buenos ojos. Es un hombre bastante conservador, le ha dicho ella. Qué me vas a contar a mí, ha pensado Fina, aunque se había guardado el comentario para ella misma. De hecho, había continuado su compañera, a todos nos sorprendió cuando don Damián nombró a Marta directora al jubilarse. Está claro que es la más apta de los tres hermanos, pero pensábamos que le daría el cargo a alguno de los varones.
- ¡Adelante! - la voz de su jefa, amortiguada por la gruesa puerta, hace que Fina vuelva en sí.
- Hola, doña Marta, - dice asomando la cabeza por la puerta. Pero al ver a la susodicha concentradísima en su ordenador, no se decide a entrar, - ¿le va bien que nos reunamos ahora? Si no, vuelvo más tarde, como quiera.
- No, no, pasa, pasa, - le dice Marta, quitándose unas gafas que solo lleva para mirar la pantalla y le dan un aire más severo, - supongo que vas a tener que aprender que el momento idóneo para hablar conmigo no existe, - se reclina en su silla, mientras sonríe distraída. - Toma asiento, Fina, - señala una de las sillas frente a su escritorio.
- Doña Marta, yo quería agradecerle esta oportunidad que me ha dado, - dice Fina, sentándose donde le indica su jefa, - si no fuese por usted y su familia...
- Fina, este es un tema que quería comentar contigo, - Marta la corta, inclinándose hacia delante y entrelazando sus dedos sobre la mesa, - es mejor que no comentes con nadie que nuestras familias se conocen. Prefiero que no corran rumores por los pasillos; podría perjudicarnos a ambas.
- Claro yo... no pensaba hacerlo, por supuesto.
- Dicho esto, - los ojos azul cielo de su jefa se fijan directamente en los de Fina, quien lucha para no apartar la mirada, - quiero que sepas que si estás aquí es porque eres válida, y por nada más. Raquel quedó gratamente sorprendida con vuestra entrevista, y así me lo hizo saber. Está convencida de que eres la persona que me hace falta para poder organizarme un poco mejor. Por eso es importante que nadie piense que estás aquí por nuestra relación personal, porque quiero que te valoren como la profesional que eres.
- Vaya, doña Marta, muchas gracias... no sé qué decir, - Fina, sin voluntad para aguantar más aquella mirada, baja los ojos y los fija en un punto inconcreto de la mesa.
- Empieza por llamarme Marta, a secas, - sonríe. - Venga, vamos a ver cómo nos organizamos que, aunque me cueste admitirlo, es verdad que me va a venir bien un poco de ayuda.
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La primera semana le pasa volando. Cuando quiere darse cuenta, ya son las tres del mediodía del viernes, y la gente empieza a abandonar la oficina, más animados que de costumbre.
- Chica, ¿no piensas irte? - le pregunta Claudia mientras recoge sus cosas, ya pasados quince minutos de las tres.
- Sí, sí, - le contesta Fina, con la vista fijada en su pantalla, - es que no recordaba que hoy acabábamos antes, y quiero terminar un par de cosas.
Se desean un buen fin de semana, y Fina vuelve a concentrarse en lo que está haciendo. Está pasando a Google Calendar todas las citas que Marta tiene apuntadas en los próximos meses en su agenda física. En los últimos días Fina ha descubierto que su jefa no es una gran entusiasta de la tecnología. A pesar no llevarse más de diez años, Fina domina muchas herramientas digitales que Marta ni siquiera conoce, y que la ayudarán a hacer su día a día mucho más eficiente.
- Fina, ¿aún sigues aquí? - Marta sale de su despacho, con el abrigo y el bolso, dispuesta a abandonar la oficina antes de lo habitual este viernes.
Son las cuatro y veinte, y Fina se acaba de dar cuenta de que se han quedado solas en la oficina.
- Sí, doña... digo Marta, - a veces aún debe corregirse, - estaba terminando una cosa, pero ya está, ahora me voy, - apaga el ordenador, y empieza a recoger ante la atenta mirada de la directora de la empresa.
- ¿Te espero?
Fina levanta la cabeza, y sus ojos encuentran aquel cielo despejado devolviéndoles la mirada. La sostiene un instante, y luego vuelve a sus pertenencias, para guardarlas con más ahínco.
Bajan juntas por las escaleras en un silencio cargado. Parece que ambas tienen algo que decir, pero ninguna se decide a ser la primera en hablar.
- Qué bonita, tu moto, - le dice Marta, cuando llegan a la Vespa roja, - siempre me habría gustado tener una, pero mis padres nunca me lo permitieron. Y luego supongo que ya me hice mayor para aprender, - un tinte nostálgico tiñe su voz, y Fina está segura de que Marta acaba de perderse en alguna memoria triste. Le encantaría decirle que algún día la llevará a donde desee, pero intuye que es mejor guardarse el comentario para ella misma.
- Bueno, que tengas un buen fin de semana, - le desea la jefa, con lo que a Fina le parece timidez por primera vez. - Descansa te lo mereces, - y después de cruzar miradas una última vez, Marta se aleja, de camino hacia el garaje de la esquina, donde tiene una plaza de parking para su coche.
Fina se abrocha el casco mientras piensa en las ganas que tiene de que sea lunes.