Sábado
Cuando me despierto, el piso está sumido en el silencio. Estoy en la misma posición en la que me quedé dormida: su cabeza apoyada en mi hombro, y mi brazo alrededor de su cuerpo. Algunos rayos de luz se cuelan por la ventana en la habitación de Blanca, permitiéndome ver su rostro con tranquilidad por primera vez. Tiene una media sonrisa impregnada en el gesto que me hace creer casi imposible la severidad que me mostró los dos primeros días. Me gustaría besarla, pero me trago las ganas.
Intentando no despertarla, retiro el brazo de debajo de su cabeza. Ella se queja un poco en sueños, se da media vuelta, y sigue durmiendo. Salgo de la cama y me visto con la ropa que llevaba la noche anterior, y que dejé pulcramente doblada encima de su cómoda. Cojo la cartera, las llaves, que están en la puerta, y me voy.
Mientras ando por la calle, revivo la noche anterior y me planteo distintos escenarios posibles para el día de hoy. Puede ser que lo del mareo no fuese una excusa y que, una vez que Gabriel se haya ido del piso, Blanca quiera retomarlo exactamente donde lo dejamos. Aunque también cabe la posibilidad de que se arrepienta, que esté avergonzada, que atribuya los besos que nos dimos al alcohol y que prefiera guardar las distancias.
Cuando, quince minutos más tarde, vuelvo a entrar en el piso, este continúa sumido en silencio. Me asomo primero a la habitación de Blanca, pero descubro su lado de la cama vacío. Oigo al instante el sonido de la cafetera y me dirijo hacia la cocina. Allí está ella, con su camisón de seda y sus zapatillas a juego, preparándose el primer café del día.
- Buenos días, - le digo sonriendo desde el marco de la puerta.
- Hombre, pensé que después de anoche te habías dado a la fuga, - gira el rostro hacia mí, y me devuelve la sonrisa, arqueando las cejas.
Entro en la cocina, y me acerco a ella lentamente. Mi instinto me pide que la abrace por detrás, que envuelva su cuerpo con mis brazos, y que pose mi cabeza sobre su hombro, enterrando mi nariz en su cuello mientras ella prepara otro café para mí. Pero de nuevo, me trago el deseo. Aun así, me acerco bastante.
- Pues no, lista, he bajado a por un desayuno alto en azúcar. Perfecto para la resaca, - meneo la bolsa con los donuts frente a su cara, - además, ¿por qué debería haber salido huyendo? Yo no me arrepiento de nada de lo que pasó ayer.
Se hace un silencio mientras nos observamos.
- Yo tampoco me arrepiento, - dice finalmente, rompiendo el contacto visual. - Pero pensé que quizás, como te dejé con las ganas…
- ¿Con las ganas de qué? - Le contesto, aun conteniéndome para no iniciar contacto físico, - me ha encantado dormir abrazada a ti. No necesitaba nada más.
Blanca para la cafetera, y ahora vuelve el cuerpo entero en mi dirección. Trago saliva. E igual que ayer, de nuevo ella es la que salva la distancia entre nosotras. Su mano se posa en mi nuca y me atrae hacia sí en un beso distinto al primero que me dio. Este es profundo y hambriento. Blanca tira de mí, hasta quedar presa entre la pared y mi cuerpo. Mi pierna se sitúa entre las suyas, aplicando una leve presión, que provoca un gemido que discurre entre su boca y la mía.
- Joder, me va a estallar la cabe... ¡Uy, perdón!
La interrupción de Gabriel me hace dar un brinco y separarme de Blanca al instante. Había olvidado su presencia, su existencia, a decir verdad. Blanca se lleva las manos al rostro y veo como sus mejillas enrojecen, pero a la vez la oigo reírse con suavidad.
- Perdón, perdón, no sabía yo que… - dice Gabriel, sin dejar de mirarnos, - pero vamos, que no os quiero interrumpir. Si me das un ibuprofeno, Blanca, yo desaparezco en cuestión de segundos.
- Anda, cállate, que Emma nos ha traído donuts para desayunar, - dice ella, en un intento estoico de recuperarse del bochorno, mientras señala la bolsa aceitosa que he dejado distraídamente en la encimera.
Nos sentamos a la mesa del comedor, cada cual con su café y su bollo, y desayunamos hablando de la noche anterior, entre miradas, risitas y silencios acusadores de Gabriel.
- Entonces vosotras dos…
- Cállate y cómete el donut, Gabri, - le advierte Blanca por enésima vez. A pesar de que se niega a hablar del tema, me da la sensación de que la situación le divierte. Por debajo de la mesa, sus pies buscan los míos, y nuestras miradas se cruzan.
- Cómeme el donut, - entona él por lo bajín, llevándose una colleja por parte de Blanca.
---
- Bueno, yo me voy, que tendréis cosas que hacer, - dice Gabriel, sin una pizca de inocencia en su tono de voz.
- Venga, a pasar la resaca, - le dice Blanca mientras él baja por las escaleras del edificio con la agilidad propia de un niño.
En cuanto cierra la puerta y nos quedamos a solas, la valentía que sentía unos instantes antes se ha esfumado por completo. Sus ojos marrones se clavan en los míos, y noto como me tiemblan las piernas. Blanca, en cambio, parece tener toda la entereza que a mí me falta.
- Ven, - me dice, tomándome de la mano y llevándome hacia su habitación.
Se sienta en la cama, y yo hago lo mismo a su lado. Mira mis labios, pero antes de besarme, habla.
- Quiero explicarte lo de ayer, - dice, aun con la mirada fija en mi boca.
- No tienes que explicarme nada, - levanto una mano hasta su rostro, y la poso en su mejilla, acariciándola con el pulgar.
- Ya, pero quiero hacerlo, - se deja caer hacia atrás hasta quedar tumbada bocarriba en la cama.
Yo me tiendo a su lado, el brazo en un ángulo de noventa grados, y la cabeza apoyada en la mano. Si quiere hablar, voy a escucharla.
- Es una tontería, pero me da vergüenza. Lo voy a decir del tirón, y ya, - dice, con una sonrisa en los labios, mientras juguetea con las manos. - Me asusté porque no he estado nunca con una chica, y pensé que no sabría qué hacer.
La miro fijamente y veo como detrás de toda esa seguridad que yo he visto hasta ahora, se esconde la Blanca vulnerable. Sonrío, y cojo una de esas manos que no dejan de moverse nerviosas.
- No pasa nada, - le digo, casi susurrando, - no tenemos que hacer nada que no quieras.
- Pero sí quiero, - sus ojos en mis labios.
- Entonces nada de lo que hagas puede estar mal, - me acerco hasta estar a centímetros de su rostro. Sonrío antes de soltar lo que me ha pasado por la cabeza, - además, no te preocupes; yo te voy a decir exactamente lo que quiero que me hagas.
Y como si hubiese acertado una contraseña, los labios de Blanca impactan con violencia contra los míos. Me tumba en la cama y se sienta a horcajadas encima de mí. Nuestras bocas intentan saciar la sed que tienen desde hace horas; mis dedos resiguen el recorrido imaginario del agua en esa piel morena que me resultaba inalcanzable hace tan solo unos días mientras Blanca se duchaba, y yo yacía en su sofá a años luz. Nuestros labios tan solo se separan para explorar nuevos territorios del otro cuerpo.
Una de mis piernas encuentra su sitio entre las de Blanca, y ella acelera rítmicamente el movimiento de su cuerpo contra el mío. Poco a poco siento como va olvidando el miedo y la vergüenza, y sus suspiros se convierten en gemidos que se cuelan por mis oídos y me recorren todo el cuerpo.
Mis manos avanzan por su cuerpo, lentas pero imparables. Cuando mis dedos se cuelan por debajo de sus bragas, sostiene la respiración por un momento.
- ¿Está bien así? - le pregunto al oído.
- Sí, sí - susurra, y nuestros labios vuelven a encontrarse con ardor mientras mis dedos entran en ella por primera vez. Nuestras bocas ahogan un gemido. Separa sus labios, sus pupilas se clavan en las mías, - así está muy bien.
---
- Creí que habías bebido cuando tu amiga preguntó quién se había liado con alguien de su mismo sexo, - le digo, acariciando su estómago, un par de horas después, - ya sabes, cuando jugamos a 'yo nunca'.
- Sí, bebí, - sonríe, y uno de sus dedos recorre mi mandíbula. - Pero era mentira. No quería que pensaras que no me interesaban las chicas, - posa sus labios en mi hombro.
Llevamos todo el día en la cama, y fuera empieza a atardecer. Pero quedan aún muchas horas hasta la salida de mi tren, y Blanca me ha repetido que no está dispuesta a desperdiciarlas.
Domingo
Me subo al autobús con un nudo en la garganta. Está prácticamente vacío, pero me quedo de pie junto a la maleta. Siete paradas hasta la estación de Sants, y luego tres horas de AVE para plantarme en Madrid.
Hemos pasado la noche en vela, hablando, acariciándonos, y descubriendo nuestros cuerpos. Hemos tanteado la idea de volver a vernos. No he insistido mucho por miedo a parecer demasiado intensa, y agobiar a Blanca, y ahora me arrepiento. Teníamos que haber puesto fecha a nuestro próximo encuentro, y no lo hemos hecho. Esta mañana nos hemos despedido como si no nos hubiésemos de volver a ver, reproduciendo una escena que me habría parecido insufrible en una película.
Tengo la sensación de haber estado mucho más de cinco días en Barcelona. Podría haber pasado casi una vida entera. Me habría encantado poder cancelar el tren a Madrid, y quedarme toda la semana con Blanca, en su cama, solo ella y yo, sin nada más que hacer, ni nadie a quien ver. Pero es no podía ser. Trago con fuerza para luchar contra la amenaza del derrumbe.
Mi bolsillo vibra y saco el móvil. Una notificación de Couchsurfing.
"BlancaBCN93 quiere alojarse en tu sofá en Berlín los días 10, 11 y 12 de mayo.
¡Confírmale ya tu disponibilidad!"
Me río, y una lágrima escapista baja por mi mejilla.
Será idiota.



👏👏 Muy buen final!! Aunque podrías continuar con la historia en Berlin🙏🙏. Gracias a ti me entere sobre Couchsurfing!! Excelente opción. Esperando la próxima!!!